Xenia: el nuevo manifiesto club de DJ Phran
Durante más de una década, Phran ha sido una de las fuerzas más interesantes en la mezcla entre la electrónica global y la cultura musical venezolana. Lo que comenzó en Caracas con el colectivo Abstractor se convirtió con los años en una búsqueda más profunda: entender de dónde vienen nuestros sonidos y cómo pueden viajar, transformarse y mantenerse vivos lejos. Hoy, desde Barcelona, Phran continúa ese trabajo de arqueología musical y cultural, tanto desde el club como desde el archivo.
Naciste en Caracas y ahora vives en Barcelona, ¿Qué cambió en tu forma de hacer música desde que te mudaste?
Me cambió no solamente la forma de hacer música, sino también la forma de escuchar música. Porque en Caracas, por ejemplo, escuchas música por la radio, comprando CDs, también por piratería. Básicamente porque, con todas las restricciones cambiarias y toda eso, comprar vinilos o cualquier cosa desde Venezuela es sumamente difícil. Entonces, lo normal es que, si te gusta algo que descubres, te lo bajes por Soulseek o, en algunos casos, lo compres, pero era muy difícil comprar online cuando vivía allá.
Llegar a Barcelona me trajo a una realidad completamente distinta, en la que puedo ir a tiendas de discos en persona. Muchas tiendas han cerrado, pero hay otras: Rhythm Control Barcelona de DJ Bruce Lee, Glove Records, Small Black Docs, etc. Entonces, ir a una tienda de discos, perderte en cajones de diferentes géneros, en cajones de discos baratos, descubrir de pronto un cajón de ítalo disco y ponerte a escuchar cosas… todo eso te abre muchísimo el oído. Te hace repensar la manera de hacer música, porque descubres que cosas que te parecían muy frescas ya las estaba haciendo alguien y las planchaba en vinilo en el año 92 o incluso antes.
Ver tantos DJs y tantos artistas haciendo live sets también me cambió mucho. Viviendo en España puedes ir a festivales grandes, pero también a festivales pequeños como el Ombra, que es un festival de industrial y música oscura. Puedes ir al Mutek, al MIRA, que son festivales de electrónica más de nicho, más experimentales. Y también hay lugares habituales para ver DJs. No solo clubes grandes como Apolo o Razzmatazz. También está Moog, que tiene techno siete días a la semana. Y hay asociaciones más independientes como El Pumarejo.
Poder ver tanto DJ, tanta música y tanta gente melómana te cambia mucho la manera de pensar. Y una de las cosas que también empecé a hacer fue comprar equipo para hacer música analógica, como cajas de ritmos. Hay de todo tipo. Hay cajas antiguas como la 909 de Roland, que son carísimas, pero también hay versiones más económicas y marcas independientes que imitan esos sonidos. La primera máquina que compré fue la MFB-522, que es de una marca alemana que hace sintetizadores y cajas de ritmo. Me costó muy barata. También me compré un sintetizador de bajo Vermona, que es otra marca pequeña e independiente.
Yo tengo muchos años haciendo música con la computadora y me encanta usarla, pero la posibilidad de hacer música sin ver la pantalla, apretando botones, moviendo faders y trabajando más con las manos es lo que marca la diferencia para mí. A partir de que me mudo, empiezo a hacer música con instrumentos electrónicos, mientras que en Venezuela hacía todo digital. Esa es una diferencia grande.
También cambió mi mentalidad. Incluso cuando hago música con la computadora quiero que tenga el sonido cálido que me dan las máquinas. Muchas veces reciclo cosas que grabé con mis máquinas, partes que no usé en canciones anteriores. Recojo fragmentos que ya había grabado con máquinas y los reorganizo junto a otros elementos. Entonces, mi sonido es más cálido y más de máquina. También influenciado por música latina, tropical y caribeña, pero pasada por máquina.
Durante más de una década, Phran ha sido una de las fuerzas más interesantes en la mezcla entre la electrónica global y la cultura musical venezolana. Lo que comenzó en Caracas con el colectivo Abstractor se convirtió con los años en una búsqueda más profunda: entender de dónde vienen nuestros sonidos y cómo pueden viajar, transformarse y mantenerse vivos lejos. Hoy, desde Barcelona, Phran continúa ese trabajo de arqueología musical y cultural, tanto desde el club como desde el archivo.
Xenia es su trabajo más ambicioso hasta la fecha. Un EP que se sostiene en el poder de lo colectivo: colaboraciones con nombres icónicos, la reinterpretación de Zarbak junto a Florentino, y un tejido rítmico donde dialogan la influencia del merengue, la changa y la vibración afrolatina, todo procesado a través de su propio lenguaje de estudio. Una obra que conecta memoria, pista de baile y experimentación contemporánea.
La trayectoria de Phran está marcada por un compromiso constante con la historia musical de Venezuela. Desde lanzamientos y proyectos editoriales hasta la documentación cultural, su trabajo se articula a través de plataformas como ACA, su sello enfocado en rescatar y proyectar sonidos con fuerte raíz histórica, y Vimana, un espacio más íntimo y experimental desde su estudio en Barcelona, donde publica tanto música propia como de colaboradores cercanos.
Ese impulso por rescatar y crear archivo también se manifiesta en otras áreas. Prueba de ello es su fanzine dedicado a las minitecas venezolanas, un objeto casi arqueológico que recopila cientos de logos y rastros visuales de estos sistemas de sonido que marcaron generaciones en Venezuela. A esta investigación se suma un podcast realizado junto al periodista David Puente, donde reconstruyen la historia de las minitecas a través de las voces de sus propios protagonistas.
En Club Deseo, conversamos con Phran sobre Xenia, sobre sellos, archivo y memoria, sobre rescatar historias que otros intentaron borrar y sobre cómo la música puede ser también un acto político, comunitario y profundamente afectivo.
Hablemos de Xenia, ¿Qué te impulso a titular el EP así y que relación guarda el concepto con el contenido sonoro?
La palabra Xenia viene del griego, y de ella surge la palabra escena. Cuando estaba haciendo el disco, me di cuenta de que tenía muchas colaboraciones, que es algo bastante habitual para mí. Soy una persona que cree mucho en el trabajo colectivo y cooperativo en la música. Siento que, cuando colaboras entre dos o tres productores, no es simplemente la suma de las dos cabezas. Es algo diferente, porque llegas a territorios que no podías imaginar. Cuando la conversación musical fluye, no es que salgan solamente los sonidos de esta persona con los míos. Lo que aparece es un tercer sonido, algo nuevo, que viene de la combinación de esos dos colores.
Ese tipo de resultados imprevistos me encanta. Me encanta el mundo de la electrónica, la fiesta y el baile, que creo que tienen que ver profundamente con lo colectivo. Las fiestas siempre tienen lineups colectivos, con varios DJs. Bailamos todos juntos en la pista. Y para mí es bonito que los discos también sean un reflejo de eso.
Cuando descubrí que la palabra escena venía de Xenia, me puse a investigar un poco más. Y al parecer, en algún momento en el Mediterráneo, esto era un código de conducta entre diferentes pueblos, que implicaba cortesía, respeto, diálogo, reconocerse mutuamente, hospitalidad, amabilidad y comunicación. Para mí, esos son valores en los que creo muchísimo a la hora de estar en el estudio, pero también en la pista de baile y en la escena en general.
Hablando sobre “Dura” junto a DJ Yirvin y Chica Acosta, ¿Cómo nació esta unión y colaboración? ¿Cómo fue el proceso de llevar a cabo esta canción?
DJ Yirvin es un gran amigo. Lo conozco desde hace muchos años, desde Venezuela, más o menos. Rápidamente, al conocernos, me enamoré de su música y a él le gustó la mía. Empezamos a colaborar. Ya hemos hecho varios temas antes. Casi todos los hacíamos cuando yo usaba mi nombre anterior, Pacheko, así que por ahí hay temas de Pacheko con DJ Yirvin, o edits de Pacheko sobre pistas de DJ Yirvin.
Me mudé a Barcelona hace bastante tiempo y perdimos la posibilidad de vernos en persona. Por suerte, en los últimos años, con algunos de sus proyectos ha podido venir a tocar a España. Y cuando pasaba por Barcelona me lo llevaba al estudio. Hemos vuelto a colaborar y este tema salió rapidísimo. Él vino al estudio hace como un año, yo ya tenía algo empezado, él le metió su toque, y salió algo que suena bastante a su estilo, el hard fusion.
Él tiene varios estilos: raptor house, changa, hard fusion, que es su estilo más duro. Este tema es bastante cercano al hard fusion, aunque no es hard fusion puro; tiene cosas de techno también. Quedó muy chévere. Y justo Chica Acosta llegó al estudio mientras estábamos trabajando en el tema. Grabó la voz y quedó súper bien. Fue todo muy orgánico y muy rápido.
“Zarbak II” aparece como una reimaginación, ¿Cuál es la historia detrás del original y por qué decidiste revisitarlo con Florentino?
Bueno, el tema original es Zarbak, y es un tema que hicimos Pocz y yo. Pocz y yo teníamos un colectivo en Caracas que se llamaba Abstractor, y hacíamos fiestas. También teníamos un website donde montábamos mixes, los flyers de los eventos que hacíamos; a veces subíamos discos para descargar. Y en esa época salió Zarbak.
Fue el primer tema que hicimos juntos, Pocz y yo. Y nació en un momento en el que yo estaba buscando que la música que hacía fuera más atemporal. Hasta ese entonces, sentía que los temas que había hecho bajo el nombre de Pacheko estaban más cercanos al dubstep, y estaba bien, pero sentía que con esos temas estaba intentando acercarme demasiado a un sonido del Reino Unido. Con Zarbak quería salirme un poco de eso: quería hacer una especie de dubstep, pero con un sabor caribeño con el que realmente me identificara.
Por ejemplo, a Pocz y a mí nos encanta el dancehall, la soca, el calypso y los tambores venezolanos. Y cuando hicimos Zarbak, la idea era: “Bueno, vamos a hacer un dubstep, pero con sabor latino”. Y la melodía, a la gente le encanta porque es muy hipnótica. La hicimos con un feedback de guitarra, cortándolo en pedacitos y cambiándole el pitch a mano. Es una técnica súper rudimentaria y bien amateur de construir un arpegio, pero es similar a lo que hacía DJ Babatr.
Lo curioso es que en esa época yo todavía no conocía ni a Dj Babatr ni a DJ Yirvin. Simplemente estábamos haciendo cosas muy parecidas sin conocernos. Y cuando los conocí, y empecé a escuchar y a pinchar su música, Zarbak resultó ser el tema que más les gustaba, tanto a ellos como a los bailarines de Changa y de Raptor House. Los bailarines empezaron a venir a nuestras fiestas. Empezamos a tener a DJ Yirvin como invitado en alguna de ellas. Un poco más adelante nuestro colectivo también colaboró en alguna fiesta con DJ Babatr.
En esas fiestas, cuando venían los bailarines, bailaban música de DJ Yirvin, de DJ Babatr y de otros productores del género. Y de nosotros, bailaban temas como Zarbak. Era de esas canciones que a los bailarines les encantaban. Y era chévere porque, aunque no es un tema de changa o de raptor, mezclaba súper bien con esa música en las sesiones.
Pero no solo con esa música. Nosotros también pinchábamos kuduro, que es de Angola y Portugal; funk de Brasil; Miami bass; Baltimore club; UK funky. Toda esa mezcla la pinchábamos sin distinción. En una misma fiesta se podía poner un tema de raptor junto con uno de kuduro. Y Zarbak tiene un poquito de todas esas cosas.
Hay otros temas parecidos, pero Zarbak es uno de esos que, no importa con qué tipo de tema lo mezcles, siempre queda bien. Y eso es mágico. Hacer música así no lo puedes pensar mucho. Y Zarbak salió así. También salió en vinilo y se vendió más o menos; no fue un súper hit. Pero en ese momento, mucha gente que yo respeto empezó a pinchar el tema. Fue el primer tema de club mío que DJs muy top tocaron. Entre ellos amigos, pero también DJs que yo ni siquiera conocía en persona.
Y luego, diez o quince años después, me encuentro con que es un tema que pinchan DJs grandes de hoy en día. Y me parece muy místico porque, como te decía, desde el principio queríamos hacer música más atemporal: música que no solo te gustara en ese momento, sino que en cinco o diez años siguiera sintiéndose vigente. Y que este tema haya sobrevivido al tiempo para mí es muy, muy especial.
La idea de Florentino fue hacer una versión nueva. Literalmente él no quería hacer un remix. Cuando me mandaba las primeras versiones, me decía: “No lo llames remix, esto es Zarbak II, es algo nuevo”. El tema hoy suena súper actual. Y esa vuelta la dio Florentino.
El disco Xenia, además de incluir los temas Dura y Zarbak II (que van más o menos en la misma línea), tiene cuatro temas más. Uno de ellos es Zarbak, pero mezclado por DJ Plead. Hace música como electro y ácido, él tomó Zarbak y lo convirtió en algo con ese sabor, y quedó muy rico.
Hay otro tema que se llama "A Ver A Ver”, una colaboración con una chica argentina llamada Galanjah, que organiza fiestas en Buenos Aires, y también con Bazofia que es de Sevilla. Ese tema es uno de mis favoritos.
Luego están los otros dos temas. Uno se llama “Un Poquito”, que hice en Caracas, en casa de mis padres. Y “Diveana”, para mí, el merengue es algo que me marcó muchísimo y, en este disco, refleja también la influencia de changa y otras escenas locales, junto con una influencia fuerte del merengue. Es algo que estoy explorando mucho; de hecho, en ACA, donde vamos a sacar a El Mago, vamos a publicar un compilado de merengue nuevo de varios artistas emergentes.


Hace poco tocaste en un b2b con Chica Acosta en La Mercè 2025, ¿Qué recuerdas de ese set y qué significó para ti tocar allí?
Fue un poco difícil para mí porque ese fin de semana casi no dormí. El día anterior yo tocaba en Murcia y tuve que volar muy temprano. Mi set empezaba a la una de la tarde, así que tenía que llegar, ir a casa, alistarme y estar probando el equipo tipo a las 12. Volar desde Murcia a las siete de la mañana después de tocar y llegar así fue físicamente exigente, pero lo hice con gusto.
La idea del set era temática: todas las canciones debían tener relación con el amor. Había algunas instrumentales, pero queríamos darle prioridad a los temas con voces, sobre todo en español. Casi todos los temas que pusimos tenían letras sobre el amor, y terminó saliendo un mix de house, mezclando distintos géneros, pero girando todo en torno al house en español. Había temas de Chicago, Nueva York, mediados de los 90, con voces en español, junto con algunos temas nuestros o de artistas latinos.
También hicimos un trabajo de investigación: por ejemplo, Juan Gabriel hablando sobre el amor, Diomedes Díaz, hablando del amor, la vida y la muerte. Al final, el set giraba en torno al amor y la muerte, y a un concepto amplio de amor, no solo romántico, sino también general, sobre todo considerando que Mónica (mi pareja) estaba presente. Por eso queríamos que el set transmitiera esa mirada amplia del amor.
Tocar con tu pareja es complicado. Monica pincha increíble, es brutal, y yo también siento que lo hago bien, pero juntos surgen emociones que van más allá de la música. Cualquier error o mezcla que no salga perfecta se percibe distinto que si tocaras con un amigo DJ. Con una pareja, esas emociones son más profundas y eso impacta la dinámica del set.
El público fue todo un desafío: era un evento gratuito, de día, con bandas de rap, trap y otros estilos antes y después de nuestro set. Había un público muy diverso: niños, personas mayores. Engancharlos a todos a la una de la tarde, mientras comen, con unos mismos temas, es muy complicado. Son públicos heterogéneos. Armar una pista de baile en esas condiciones no es fácil.
A pesar de todo, estoy contento con cómo salió el set. Para mí estuvo bien, correcto; no diría que fue de los mejores que he hecho, pero sí fue especial. Fue un set único por la temática y la selección de temas.
Creo que todo es político, si te lo propones o lo piensas de cierta manera. Cómo comemos, cómo hablamos, cómo nos expresamos, cómo nos vestimos, lo que consumimos, a dónde vamos… cada decisión tiene un matiz político.
Para mí, esas pequeñas decisiones del día a día y cómo trabajamos o tratamos a otras personas son más importantes que por quién vota uno. Claro, creo mucho en la democracia y me parece fundamental que exista. Como venezolano, anhelo que mi país vuelva a ser democrático, porque lo hemos perdido, y quiero que tengamos un país libre y democrático.
Pero creo que hay otras cosas que influyen en la política y que a veces se nos olvidan. Cuando hablamos de política, muchas veces nos quedamos en la superficie, hablando de políticos, candidatos o sistemas económicos, y nos posicionamos como si estuviéramos en equipos de fútbol: “Tú eres de este partido, yo de este otro, entonces no te hablo”. Sin embargo, hay cosas mucho más profundas.
Por ejemplo, el libro sobre las minitecas (Sound systems venezolanos) que hicimos es un rescate histórico y cultural de Venezuela. La primera miniteca, Los Muertos Andantes, data de 1968. Desde entonces han pasado casi 55 o 60 años de historia de la minitecas en Venezuela. Estas historias muestran cómo la cultura y la música se han movido en todas las capas de la sociedad, desde los barrios más bajos hasta los más altos.
La historia de la minitecas es una historia de identidad. A lo largo de cinco décadas, la música ha acompañado bodas, bautizos, primeras comuniones, graduaciones y fiestas en general. Es un mestizaje de influencias: ritmos de Estados Unidos, tambores afrovenezolanos, salsa, merengue, reggaetón, y también influencias europeas como el new wave alemán o la máquina española. Todo eso forma parte de nuestra cultura musical.
Contar esta historia, entrevistar a quienes la hicieron y documentarla nos ayuda a reconectar con quiénes somos como país. Es un trabajo parecido al que hace Provea, la organización de derechos humanos en Venezuela, que publicó libros sobre la historia del reggae en Venezuela y sobre la historia del punk en Venezuela. Estos libros nos permiten mirarnos en el espejo de nuestra propia historia, conectando con una identidad más profunda y enriquecedora que solo hablar de políticos, guerras o elecciones.
Por eso, para mí, la batalla política es también una batalla cultural diaria. Cómo colaboras con la gente, cómo cedes en algunos aspectos pero encuentras acuerdos y soluciones juntos, dice mucho más de tus ideas políticas que simplemente por quién votas.
En cuanto a mis ideas, desde hace muchos años simpatizo con el anarquismo y la autogestión: hacer las cosas uno mismo, trabajar entre personas que confían y se respetan, buscando que todos ganen. Por supuesto, quiero que haya democracia en Venezuela, pero creo que rescatar la historia cultural del país a veces hace más por la nación que simplemente colocar una bandera política.
¿Crees que la música electrónica puede ser vehículo para contar historias políticas específicas de Venezuela? ¿Cómo lo haces en tus piezas?
Me ha costado mucho tiempo encontrar un punto de armonía entre ambas prácticas, pero hoy en día me siento muy a gusto con las dos. El trabajo para clientes de audio es como cualquier otro: cuando tienes un cliente que paga por un servicio, ya sea hacer la música de un jingle publicitario de 20 segundos o la banda sonora de una película, estás trabajando para cumplir la visión de esa persona.
A veces, tu visión artística y la del cliente se alinean, y eso puede generar algo mágico, incluso en un jingle publicitario. Pero otras veces lo que quiere el cliente y lo que tú propones artísticamente no encajan, y entonces se vuelve un trabajo más difícil y menos gratificante. Aun así, agradezco todo el proceso; no creo que exista un trabajo que sea fácil todo el tiempo. Todo trabajo implica esfuerzo y sacrificio.
En el mundo audiovisual, cuando trabajas en publicidad, televisión, documentales o cine, hay momentos que se parecen al trabajo creativo de la música: puedes tener cierta libertad, autonomía y poder creativo, pero también hay desafíos, como pagos a 90 días, impuestos altos en España y mucho volumen de trabajo.
La otra parte siempre ha sido mi trabajo como artista: crear música, darle vida a mis proyectos. Aunque me enfoque en la música, todo está conectado con lo audiovisual: los singles, los lanzamientos en vinilo, las portadas, los videos… Todo eso es un trabajo de arte audiovisual que para mí tiene un significado profundo. Como melómano y fan de la música, alguien que compra vinilos, cassettes y música digital, quiero que lo que yo haga esté a la altura de lo que a mí me gusta. No se trata de ser mejor, sino de que sea especial.
Creo que en la música lo bonito es que no siempre comparas manzanas con manzanas, sino manzanas con peras, con piñas, con melocotones… Incluso con aguacate. No puedes decir que una manzana es mejor que una piña; depende de lo que a cada persona le guste. La música funciona igual: hay momentos para un estilo y momentos para otro.
Lo que yo busco es crear mi propio sonido, mi color sonoro, un trabajo que suene original. Eso no se decide mentalmente; surge con el tiempo. Al principio, hace 15 o 20 años, cuando empecé a hacer música, uno empieza imitando beats o bajos, tratando de sonar como lo que le gusta. Pero inevitablemente, la imitación nunca sale igual y descubres tu identidad y tu propio sonido. Eso me ha pasado una y otra vez. Con los años, he aprendido a disfrutar de empezar un proyecto con una idea en la cabeza y terminar con algo diferente. Ese proceso es un descubrimiento personal, el camino del artista. Es bonito empezar sin saber cómo va a terminar y, en el camino, encontrar algo que te emocione y que puedas compartir con el mundo.
Para mí, el trabajo artístico es también una manera de mantenerme sano mental y espiritualmente, optimista frente a la vida. Es sentir que lo que hago importa. Cuando otras personas pinchan mis temas en una pista de baile, compran un vinilo o me dicen que algo les llegó muy dentro, eso es mucho más gratificante que cualquier dinero que pueda ganar en publicidad.
Hoy en día, llevo mucho tiempo haciendo ambas cosas y siento que puedo reconciliar los dos mundos. Incluso he trabajado en proyectos comisionados bastante artísticos. Por ejemplo, la película sobre Raptor House que está saliendo ahora, que cuenta la historia de Dj Babatr y del Raptor House en Venezuela, con los productores originales y también con temas de Pacheko y Pocz. Los amigos de Morning Coffee tuvieron la amabilidad de invitarme a hacer el score, y algunos temas para la banda sonora, acompañando a la música de DJ Babar.
Curiosamente, mientras más avanzo en mi camino artístico, los trabajos comisionados que me llegan suelen ser mejores: gente que conoce mi trabajo anterior, mis discos nuevos, mi sonido… y me busca por eso, no para que haga algo que suene a otro artista. Eso es muy gratificante. Enganchando un poco con esto, mencionabas lo de Raptor House, donde también me viste pinchar allí.
Además de ser DJ y productor, trabajas en diseño de sonido para cine, instalaciones y marcas, ¿Cómo se retroalimentan esas prácticas?


¿Cómo fue aparecer en el documental Esto Es Raptor House?
Para mí, Quién Quiere Tuki fue muy importante porque fue un proyecto que hicimos de manera autogestionada en 2012, sin un euro de financiamiento, publicidad ni apoyo externo. Lo hicimos entre tres colectivos: unos amigos nuestros diseñadores, ellos hicieron todas las gráficas del documental. Luego estuvo MOSTRO Contenidos, ellos se encargaron de la dirección, grabación y edición del video. Por otro lado, estaba Abstractor, nuestro colectivo, que tuvo la idea original del documental y lo produjo junto a Design Or Die y MOSTRO Contenidos, porque nosotros no sabíamos nada de video.
La idea fue contar la historia de la changa tuki y sus bailarines, algo que considerábamos muy importante. Conociendo a los pioneros personalmente, entendimos que a finales de los 90 hubo una gran ola de productores en las minitecas que estaban haciendo música electrónica de baile. Esa música, que históricamente venía de afuera, se mezclaba con ritmos locales en las minitecas, y hacia finales de los 90 y principios de los 2000 comenzaron a producir su propia música.
De ahí sale la changa venezolana: Caracas de Noche, El Mago de La Guaira de la miniteca Sound Crazy, de ahí sale el Raptor House, antes conocido como Street House, de ahí sale DJ Yirvin. Por ejemplo, el papá de Yirvin tenía una miniteca llamada Eruption y tocaba con El Mago, otro pionero del sonido. Hay una historia profunda en las minitecas de Venezuela, de la cual se desprende esta música, que tuvo un alcance muy grande en los barrios y en los matinés juveniles. Por la violencia en las fiestas y la estratificación social del país, la escena se estigmatizó, y la palabra “tuki” comenzó a usarse como insulto hacia los jóvenes de barrios populares.
Cuando descubrí esta música, me molestó mucho ver que la gente usaba la palabra “tuki” como insulto. Quisimos hacer Quién Quiere Tuki para contar la historia de los bailarines y de la escena, para que la palabra tuviera un significado real y se dejara de usar de forma peyorativa. Era también un reto por ser los primeros años de YouTube, antes de Instagram o Twitter. Sabíamos que llamarlo Quién Quiere Tuki sería provocador y atraeríamos la atención de personas que quizá no conocían la música, pero que le darían click y lo verían.
El documental tuvo un alcance de unas 500.000 personas y, hasta donde sé, la palabra “tuki” ya no se usa como insulto. Además, a través de esto, muchos de los pioneros pudieron encontrar un nuevo público. Por ejemplo, Roberto López Buschbeck, director de Esto es Raptor House, descubrió la música en nuestras fiestas y años después hizo otro documental llamado Vamos al Matiné, centrado en los bailarines y su contexto en Venezuela. Este documental no tuvo tanto alcance en su momento, porque cuando salió, fue justo cuando empezaron las protestas del 2017.
Hemos seguido apoyando a la movida. Hace un año y medio en ACA (que es un sello que tengo junto a Daniel Rincón) el primer disco de vinilo que sacamos es de DJ Babatr y el segundo fue de DJ Yirvin. Mi relación y apoyo a la changa, al raptor house, y a la escena local, ha sido constante desde que los conocí hasta hoy. Entonces, el hecho de que este documental cuente la historia de DJ Babatr pero en el camino me puedan entrevistar a mi, que puedan entrevistar a DJ Yirvin, que su testimonio es muy importante, también el de Dany Deep, a Yoiser y a gente nueva escuela, que toda esta gente pueda contar esa historia, se siente como algo mucho más colectivo, mucho más maduro. Para mí es como un full circle.
Ha habido críticos que han intentado desacreditarnos, hay una persona que se llama Pedro Varguillas, que escribió un artículo acusando a Pocz y Pacheko de “blanquear” el tuki y la movida, nos acusan de ser artistas mainstreams. Nunca me ha visto, nunca me preguntó nada, y sin embargo me atacó. En el momento lo vi y no respondí, pero hoy creo que es importante responder a esas cosas porque se replican. Hace como tres años, en una Universidad en México, sacaron un libro que se llama algo así como “Ensayos de Cultura Latinoamericana” y dentro de ese libro, hay varios ensayos de diferentes autores, y uno de los ensayos es este artículo, de esta persona que dice que Pocz y Pacheko blanquean el tuki. Y para mi es muy doloroso. Después de un trabajo de 15 años de apoyo a la movida, de darle luz y foco a los protagonistas, de buscar rescatar esta parte de nuestra memoria cultural colectiva. Yo nunca he dicho que hago Raptor House, yo lo que he hecho es inspirarme en los DJs y productores de changa venezolana y apoyarlos.
Este documental representa un full circle: desde que conocí la changa y el Raptor House, hasta hoy, que seguimos apoyando a los artistas, sacando vinilos y ayudando a documentar esta historia. Además, este documental permite que nuevas generaciones puedan contar su experiencia y aprender mas de esta historia. Para mí, esto es un proyecto colectivo y mas maduro, que cumple con la misión de preservar y visibilizar esta cultura musical.
Para cerrar, además del lanzamiento de Xenia, cómo se presentan estos meses para ti…
El plan ahora es un tour por Latinoamérica, el Xenia Tour, que es un tour de promoción de este disco. Va a incluir fechas en Bogotá, Medellín, Quito, Lima, Cuzco, Guatemala, Aguascalientes, Guadalajara y Ciudad de México. Es mi primer tour propiamente dicho y estoy súper contento e ilusionado con este recorrido latinoamericano, mientras sigo trabajando en otros proyectos.
También se vienen cosas nuevas en mis sellos. Por ejemplo, en ACA, se viene un disco de El Mago que es un productor de La Guaira, de la miniteca Sound Crazy. Es un tipo legendario. También acaba de salir un remix para un productor venezolano que se llama Moreit que vive en Estados Unidos, que produce música muy buena, techno con percusiones afro-latinas y afro-venezolanas. Me gusta mucho su música y le hice un remix que salió en el sello Agua de Rosas.
Mi idea es seguir trabajando en proyectos, creando cosas. De hecho, empecé el viernes pasado el Xenia Club, que es un concepto de fiesta enfocado en artistas locales de la escena de Barcelona o internacionales que están de paso por la ciudad, pero centrado en la gente que está ahí.


